Algunos rayos del sol se ocultaban ya, sobre la imaginaría línea, en lo profundo del horizonte. José jugaba la arena con los pies; ensimismado en la lejanía y en el rumor de las olas. Una sombra se acercó y rompió el silencio.
-Oiga. ¿Admira el colorido horizonte o el reventar de las olas? Preguntó de manera inesperada el desconocido.
-Quizá todo el panorama, pues también me impulsa la formación de la ola antes de llegar a la reventazón; respondió José.
-Me llamo Octavio, me dijeron que usted es escritor.
-Escritor, escritor, no, pero si lleno de palabras hojas y más hojas; le contestó José.
-Quiero compartir una historia de dolor, la que ya no recuerdo cuánto es sueño, y cuanto no, pero todo es vida.
¿Cuánto tiempo ha pasado? No sé, pero ha transcurrido una vida, eso sí, le dijo Octavio.
* * * * *
Aunque era una mañana de junio; hacía mucho frío, o quizá así lo sentía, en esa ciudad del centro de la República. Octavio, repasaba los últimos detalles de las reglas de juego a cumplir, queriendo parecer sereno, pero le movía el ansia de iniciar, cuando se anuncia un retraso de minutos para iniciar, “esperamos gente para brindarles mayor seguridad”.
Ya había emociones encontradas, angustia, alegría, desesperación, ese temor que surge a lo desconocido.
La tranquilidad en las límpidas aguas de la laguna que tenían enfrente los competidores, donde había de cubrir el primer tercio de la competencia, no lograba darle paz interior a Octavio, quien sintió cómo se aceleraban los sentidos y aumentaba el latir del corazón, 22 minutos después de las 7, al escuchar la voz oficial.
“Competidores. Llegó la hora. Contemos 10, 9, 8, 7, 6, …. 3, 2, y…”
-Sólo un segundo para pedir Dios cuídame, ¡UNO! ¡Aaaaaarrrrrrrranca!.
-Salimos como bólidos a nadar y por todos lados se dan manotazos, patadas, codazos, de todo se sentía dentro del agua en los primeros metros de los 1.9 kms, por nadar, relata Octavio.
-Entramos frescos, había que agarrar la brazada que nos hiciera sentir cómodo y sólo ver hacia adelante. Ahhh, Ipanema, me golpea el recuerdo de mi hija. Entonces me pegaron, había que retomar el ritmo del braceo hasta volver a la orilla y salir a toda carrera, sin tiempo de volver la vista atrás para checar cuántos quedan, sólo trotar al lugar donde dejamos las bicis. Pareció un suspiro. Gracias Dios, el nado ya es historia.
José y Octavio le dan un sorbo al café que un amigo, quien interviene en el relato, les ha llevado. Refresca la tarde cuando el océano se come parte del disco dorado que aún resplandece, allá hasta donde alcanza la vista. Se agarra aire, para retomar la historia.
-En la primera parte de la competencia aún no hay dolor. Muchas prisas para un novato. Mientras uno se acomoda el casco, se calza los calcetines, las zapatillas y se sale al camino con la bicicleta, vienen en ráfaga los recuerdos. En mi caso, nueve años para dar el primer paso, diez años más para retomarlo y siete meses para preparar el gran reto. ¡Oh… la la! ¡Brasil, Brasil!… Parece alegría, pero eso le remueve el nombre de su hija, hace mucho tiempo ausente de su lado, ha contado.
-Ya en la carretera, hay 90 kilómetros por delante que pedalear. ¡Dios ampárame y cuida mis llantas! Se repasan las indicaciones de los entrenadores, de los amigos y de quienes saben que estás debutando. Son 20 segundos para rebasar, no se vale chupar rueda. Se pasan los primeros diez kilometros, agarramos un ritmo, la lucha es contra nosotros mismos.
Sin desatender la ruta, mientras se sufre sobre la mariposa de aluminio, evade el recuerdo de Ipanema, no quiere tristeza por el momento y evoca los días de navidad y fin de año, esas madrugadas y tardes, donde se deja de jugar con sobrinos y amigos, para correr nadar y rodar a doble sesión, con una sola meta, recuperar parte de la vida que hace rato se fue.
-Y pensar, que apenas va la mitad y faltan 45 mil metros, además 21 por correr.
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Interrumpe el relato, para dirigirse a José y remarcarla que en esos momentos del reto, uno ya comienza cuestionarse.
-¿Por qué hago esto? ¿En verdad, estoy loco?¿Qué me tiene aquí torturándome a cada paso?.
De pronto cambia la voz de Octavio, la cara se le torna sombría y vuelve a brillar una lágrima, José le mira atento y escucha “la verdad, si lo sé, es esa vida que se fue”.
-Mire. El dolor, el sufrimiento, la desesperación, que se siente en una carrera de distancias largas, cuando uno cree que ya no puede más, es poco, al que se siente cuando se va quien mueve tu mundo. Cuando el ser más querido, un hijo, te restriega duras palabras en la cara.
-“Padre. Ya no puedo más, me voy. Quiero una vida y tú no piensas cambiar. Es el colmo, ya no sabes ni donde te dejan tus amigos, donde el alcohol te toma a ti y te deja sin conciencia. Por eso te has quedado solo y no quiero hundirme contigo”.
-Así fueron sus palabras. Y por mucho tiempo más las olvidé, porque me abandoné aún más, quizás hasta lo que llaman tocar fondo. Pero un día, en un dejo de lucidez durante la borrachera, escuché de un evento donde se insistía en que eran los hombres de hierro los que estaban ahí. Luego vino a mí la cara sonriente de mi hija cuando era pequeña, sus alegrías infantiles. Pensé en ella, en sus frías palabras, en la familia con la que aún podía contar y aquí estoy.
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-El paso que llevo sobre la llamada mariposa de acero es promedio de los 33 kilómetros por horas, de nuevo me sumerjo en las evocaciones de lo que me tiene aquí, Ipanema, y en los consejos de mi entrenador de ciclismo: “hay que agarrar un ritmo siempre, pues cuando se entuerca uno al final se termina más aporreado y tendrás más problemas para cumplir en la carrera”. Levanto la vista y el anuncio, kilómetro 70, ya faltan 20. Y más del entrenamiento. “Es una competencia larga, ve a tu ritmo, no quieras competir al tú por tú con los demás, eres tú contra ti”.
-Me concentro en la línea amarilla de la carretera y sigo mi paso, dejo unos atrás, otros me rebasan, estoy a 5 de la meta, gracias a Dios no hay dolores que me hagan pensar en parar… Aplausos de la gente congregada en meta ya los escucho, indicaciones de la gente de apoyo que intento entender… mil metros… uffffff…. Termina el suplicio de 90 kilómetros… Que día….
“Se veía que le pesaba bajarse de la bici y dar los primeros trotes hacía la última transición, a donde se llega de nuevo, apenas un par de veces levantó ligeramente la vista para de reojo mirar si es grande el grupo que terminó de rodar en esos momentos”, terció el amigo al pie.
-Ahora comienza el verdadero tormento, 21 mil metros por delante, medio maratón más de carrera a pie y llegará la graduación. De nuevo me persigno, ya sintiendo dolor en los brazos. Dios, hágase tu voluntad.
El sol está terminando de ocultarse en el horizonte, el murmullo del oleaje le da fondo a la charla de Octavio y el amigo; siento calor y pesadez en las piernas y brazos, como si le haya acompañado en parte del recorrido, de su nado, de su pedalear.
-Sí amigo. Salí al circuito y digo, “Chiquita, aquí vamos, es por ti”… Luego pienso en la falta que hace en estos momentos el doctor, las masajistas, salgo a trote. De nuevo vienen a la mente las palabras del entrenador y del colega que me ayudaron a prepararme física y mentalmente. “La carrera es la última parte, ahí se te irá la vida y ahí sabrás de otros dolores, habrá más sufrimiento que el pasado en los días de entrenamiento Y habrá momento de que te encontrarás en la encrucijada; ¿sigo adelante o le paro?, ¿fue todo o me queda más?”.
– En los primeros tres kilómetros rebaso a un competidor, luego a otro, alguien me pasa, lo dejó atrás de nuevo algunos dos mil metros después, luego dejo atrás a dos participantes más. Me doy ritmo, pues aún tengo ánimo para checar a la gente de mi categoría, comienzan los dilemas tácticos. ¿Rebasar o guardar energías para terminar el evento?… decido rebasar, me obligo un esfuerzo extra, lo pago, el cansancio empieza a hacer de las suyas al km 6, me faltan 15, bajo el ritmo, alguien me hace ver su estela, me alivia que no es mi categoría.
-Paso la mitad de la carrera, km 14, ya el cansancio es indescriptible, sólo siete más. ¿Cuántas veces corrí esa distancia entrenando? Me digo, “tú puedes” y, continuo el trote, avisto el km 16, ya la pierna no quiere responder, me arde, me duele, para colmo se metió en el tenis una piedrita, me lastima, no me lastima, un calambre –parece anunciarse-, un tirón, me esfuerzo en la idea de, “no hay dolor¨.
-Son momentos que, para contrarrestar el sufrimiento, se piensa en todo…, y en nada, a la vez, pues el cansancio es mayor. La marca del km 18 parece el tope de mis sueños. Hasta aquí me digo, siento que ya no puedo y me afecta el sentimiento al pensar que la promesa de ser un hombre de hierro, por Ipanema, por reconquistar su cariño, terminaba a tres kilómetros de meta. Comencé a llorar, corrían lagrimas por mis mejillas, en esa idea. Ya no era trote el que llevaba, me resistía a abandonar, pero todavía me faltaban ¡tres mil metros por recorrer!.
-Todo me dolía ya, así lo sentía, que la rodilla o que el tobillo, no, puede ser la pantorrilla, ya no sabía que me punzaba más y en ese infierno llegue a la bandera del ¡km 19!. Me animaba ¡solo dos kms., Octavio, tu puedes!. Para contrarrestar todo ese sufrir que se me apiló en un par de kilómetros, comencé a pensar en mi hija, ella era mi faro, mi guía: «por ti termino mi niña”, “solo un kilómetro más, vamos”… Las lágrimas no se detienen, pues al dolor, al cansancio que jamás se podrá explicar con palabras, se agrega la emoción de estar a solo ¡mil metros! de mi consagración…
Los ojos se han nublado y unos brillos vuelven a aparecen en su rostro, que poco pueden ocultar las sombras de la noche que ha caído y el canto del mar en el romper de la ola, le dan más sentimiento a la historia. Octavio se los limpia, se suena y carraspea, para aclarar la voz.
-Con pasos vacilantes y la vista nublada pasé el anuncio del último kilómetro, el km21 a la vista, pero, parecía lejano. Comenzaba a vislumbrar la meta, ya con las piernas respondiendo solo a un impulso automático, el cerebro había de dejado dar órdenes, estaba agotado, cuando en el murmullo que se oye por la algarabía con que la gente premia a los que van llegando a la meta creo escuchar un ¡papá, papá!, ¡padre, tu puedes! ¡Solo unos metros más, tú puedes! Clarito llegaban a mi esas palabras, más no creía que fuera para mí, pero un impulso me hizo voltear a mi derecha y ahí pegada a la barrera con algo en brazos, estaba ella, entre la bruma de mis ojos nublados y mi cansancio pude reconocer algo de mí … Reviví, volví a alentarme, cuando apenas me sostenía en pie, en los últimos metros, hice una mueca que quiso ser sonrisa y me olvidé del brillo y del cronometro … y oía claro, clarito su voz en aquel murmullo ¡estás a poca distancia de terminar, tu puedes! ¡Solo unos metros más, vamos padre!….Eso bastaba para pasar por debajo de los focos brillantes del cronómetro, sin buscar más el tiempo… Ese ya había pasado.
… Sigo llorando, las piernas me tiemblan, el dolor es insoportable, pero la voz de mi niña, me dio las fuerzas cruzar la meta y gritar lleno de euforia, a todo pulmón, ¡si pude!, ¡hija, soy hombre de hierro!
-La euforia no me pierde de su presencia ¡aquí! Le busco desesperado entre la gente y de nuevo la duda ¿no sería un sueño? Entonces escuchó un agitado,
¡Papá, papá! Y al llegar a su lado, un “perdóname, las circunstancias no me dejaban creer en ti”. ¡Tienes una nieta!
Ya no me importó el dolor, solo las abracé y lloramos juntos… Si hay Gloria después del dolor…
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Seguimos sentados en la arena…
-Resuenan en mi los pasos de los últimos metros, a cámara lenta, entre aplausos, chiflidos, gritos eufóricos y escucho un susurro que devuelve una vida…
“Belito, dice ma´ ya vamos”, le susurraba al oído Mar y Sol abrazándole.
Estaba feliz y sonriente, le dejamos…era una ¡abuelo de hierro!…
(Texto de su servidor, escrito hace alrededor de una década, para participar en un concurso de Cuento Deportivo, tomando como base el relato que me hizo el deportista Octavio Revilla tras la vivencia de su primer Ironman).